Miércoles 12 de septiembre. Presentación de la obra titulada ‘Supervivencia para gente corriente’ del autor Daniel García San José, Profesor de Derecho Internacional Público de la Universidad de Sevilla. Presentación a cargo de Ángel Alberto Núñez Moreno, Doctor en Medicina.
Salón de Actos. 19.30 horas
Breve curriculum:
Daniel García San José (Sevilla, 1969), se formó bajo el magisterio del Profesor Juan Antonio Carrillo Salcedo, llegando a Catedrático de Derecho Internacional Público en la Universidad de Sevilla en 2015.
Ha desarrollado líneas de investigación en Derechos Humanos y Bioderecho, dirigiendo proyectos de investigación nacionales y europeos en esas materias.
Ha realizado estancias de investigación formativas en Holanda, Alemania, Suiza y Portugal, entre otros lugares. Es investigador Asociado a la Universidad Autónoma de Chile.
Es autor de numerosas publicaciones científicas que pueden consultarse en la página web (https://www.dialnet)
Ha recibido diversos premios, como Diploma a la excelencia docente por la Universidad de Sevilla o el Premio Rafael Martínez Emperador, del Consejo General del Poder Judicial en 1999, en coautoría por un estudio colectivo sobre la Corte Penal Internacional.
Es vocal del Consejo Andaluz de Ética en la Investigación con células embrionarias humanas y otros tejidos semejantes desde su
creación y desde hace cuatro años es vicedecano de Relaciones Internacionales en la Facultad de Derecho de Sevilla.
Su más reciente publicación es un estudio sobre la gestación por sustitución y el Convenio Europeo de Derechos Humanos, publicado en la Revista Española
de Derecho Constitucional.
El libro
Supervivencia para gente corriente es un libro dirigido a otras personas que, como su autor, esperan no verse nunca en situaciones de riesgo y que, como “urbanitas,” no se han planteado los peligros que acechan en la Naturaleza. Por eso, animo a leer las recomendaciones y sugerencias que recopilo en estas páginas. Estos apuntes y orientaciones deben verse como indicaciones de un amigo con inquietudes y con la convicción de que es posible salir de situaciones difíciles si se sabe cómo actuar. Simplemente quiero compartir algunos consejos que daría a mis seres queridos para que se valgan por ellos mismos y cuya puesta en práctica, sin ánimo de dar lecciones a nadie, someto al propio juicio de cada lector.
Tampoco es un folletín que recoge de manera novelada las peripecias de otras personas. Es sólo un estudio sobre la ciencia de la supervivencia a partir de fuentes indirectas de conocimiento –otros libros sobre el tema- en el que se aporta como novedad –a diferencia de las publicaciones en la materia- que se trata de un libro escrito sobre supervivencia por una persona corriente para otras personas corrientes, “urbanitas” como su autor, que esperan no verse nunca en situaciones de riesgo pero con la convicción de que es posible salir de situaciones difíciles si se sabe cómo actuar.
Les estaría engañando si afirmara que cualquier persona puede ser un superviviente con este libro. O que su lectura evitará a alguien perecer en caso de sufrir un accidente o ser víctima de un desastre natural o provocado. Tampoco espero que creas que el haber escrito estas páginas me ha convertido en un experto en supervivencia. No lo sería tampoco, sólo por el hecho de haber participado en una prueba de competición como el París-Dakar, o tras haber realizado un curso intensivo de tres meses en el desierto de Arizona, en Estados Unidos.
La supervivencia es ante todo un estado mental, una actitud frente a la vida y se es superviviente desde mucho antes del momento en que es necesario ponerlo de manifiesto. Leer un libro, ni siquiera el más completo que puedas encontrar, difícilmente hará de ti un superviviente si no lo eras ya con anterioridad. Este libro no pretende cualificarme como nada. Lo comencé a escribir tomando notas de los muchos manuales de supervivencia que han pasado por mis manos y, tras cotejar y analizarlos, me decidí a poner mis notas por escrito, en un cierto orden.
Agradezco a las personas que me han ayudado con la revisión del manuscrito y a quienes me han sugerido dividir en numerosos epígrafes, para facilitar su lectura, así como emplear una “letra grande”
La lección más importante que puedas aprender en la vida
“¿Qué es lo más inteligente que has aprendido a lo largo de los años?” En mi caso, la cosa más inteligente que he aprendido en mi vida es que, para lo bueno y para lo malo, todo es posible en esta vida.
“Los accidentes ocurren”. Es una frase lapidaria, sin duda. “Contratiempo”, se puede llamar así, pues realmente, los accidentes raramente están previstos en nuestros planes. Sólo los profesionales, como los submarinistas que reservan un tercio del oxígeno en sus inmersiones a los imprevistos (los otros dos se calculan para la ida y la vuelta, respectivamente) asumen la presencia latente de los contratiempos.
Vivimos en la sociedad del riesgo, potenciado por la globalización y la complejidad que trae consigo, exponiéndonos a múltiples situaciones para las que no estamos suficientemente preparados. Los accidentes que pongan a prueba nuestra capacidad de supervivencia están acechando en todo momento, aguardando su oportunidad: en una simple excursión a la naturaleza, si se nos hace de noche y no estamos preparados; en una inocente tarde de playa, si desconocemos la zona y sus corrientes, o en un bello paseo por cualquier camino, rural o urbano, que se nos complica si nos salimos de la ruta conocida. Por eso, en la supervivencia hay mucho de sentido común y poco de temeridad.
Ejemplo de sentido común en esta relación tan desequilibrada es que adoptes el hábito, antes de realizar cualquier actividad en la naturaleza, de informar de tus intenciones a alguien de tu confianza. De este modo, si te caes y fracturas un tobillo o, si a pesar de que conoces bien la zona te pierdes y no sabes regresar, agradecerás cualquier ayuda que venga en tu rescate. Esta ayuda llegará tarde; puede incluso que no llegue a tiempo si nadie conoce tu necesidad, si no saben dónde buscarte ni cuándo empezar a hacerlo.
Las estadísticas: al menos una vez en la vida toda persona se verá afectada por un accidente; la mayoría de los accidentados sobreviven al accidente en el que se ven envueltos pero fallecen en las primeras cuarenta y ocho horas tras el mismo por falta de preparación para sobrevivir a dicho incidente. Muchas de ellas podrían haberse salvado porque la supervivencia puede aprenderse, en gran parte (aunque están los “accidentes de sistema”).
El miedo es el punto de partida
Las tres principales áreas a las que se debe prestar atención en una situación de supervivencia, para salir bien librado de ella son, por este orden: el control de la situación (incluyendo el control del miedo); la atención a las necesidades básicas (recursos y competencias); y la seguridad y los primeros auxilios.
El principal enemigo de la supervivencia es el miedo. ¿Por qué nos abruman los informativos con noticias de accidentes en los que fallecen personas, como tú y como yo, que debieron ser supervivientes? Los expertos lo explican recurriendo a dos términos: “respuesta de incredulidad” (“Esto no está pasando”) y “bloqueo cerebral” (“no sé qué hacer”). Por ello, hay que trabajar sobre el miedo con tres estrategias: relajarte, recordar dónde te encuentras y negarte a tirar la toalla y rendirte. La regla 10-80-10 (del tipo de gente en un accidente)
Esto se aprecia a menudo en los accidentes de avión: “pasividad conductiva” o “pánico negativo”: es fácil quedarse inmóviles: simplemente no sabemos cómo responder ante algo inesperado, para lo que no estamos preparados. Esperamos que alguien nos diga lo que debemos hacer, pero a menudo, nadie va a indicarnos cómo salvarnos en el momento crítico. Dependemos de nosotros mismos y sólo de nosotros: si el avión se despresuriza a elevada altitud, sólo contamos con varios segundos para colocarnos las máscaras de oxígeno; si aterriza de emergencia y sobrevivimos al impacto, sólo contamos con noventa segundos para huir del avión antes de que arda en llamas. Por tanto, ¿qué se puede hacer para intentar sobrevivir a un accidente de avión?
Siempre que puedas escoge un asiento cerca de una salida de emergencia. Cuentas con más probabilidades de sobrevivir si tu asiento está justo al lado de una salida de emergencia o a una fila de distancia de ella. Esas probabilidades van decreciendo de manera progresiva (en términos de estadística, en una balanza, tienes muchas más posibilidades de morir que de vivir si estás sentado más allá de cinco filas). Y puestos a escoger, debes saber que los pasajeros de pasillo tienen una posibilidad del 64% de salir con vida de un accidente aéreo, frente a sólo el 58% que tienen los pasajeros de ventanilla.
El concepto “más tres, menos ocho” identifica los primeros y últimos minutos de un vuelo en los que se concentran la mayoría de situaciones de emergencia. Sabiendo esto, durante ese intervalo de tiempo la gente debería estar lista para salvar su vida, preparada para la acción. No es difícil, si se adquiere la rutina necesaria: lo primero es memorizar dónde se encuentran situadas las salidas de emergencia y contar a cuántas filas de asientos de distancia se encuentran. En una cabina llena de humo negro es fácil perderse y puede que el único modo de orientarte hacia la salida sea a tientas, contando las filas de asiento con las manos.
En esa primera fase de identificación de las salidas más cercana hay que prever un plan “B”, esto es, una vía de escape alternativa pues, en caso de accidente, nuestra primera y mejor opción puede haber quedado bloqueada. Hay que informar a la gente con la que viajamos de nuestro plan de escape, en especial, si son niños, en el mismo instante en que pise el pasillo del avión. En una situación de crisis, además de avisados, deberían estar entrenados.
Viajaremos siempre con el cuerpo cubierto y evitar las chanclas. Evitar soltarnos el cinturón de seguridad en todo el trayecto. Si eres avisado con tiempo de que el avión va a sufrir un impacto en un aterrizaje forzoso, recuerda conservar la calma y adoptar la posición de impacto que aparece dibujada en todas las hojas con instrucciones que encontrarás detrás del asiento que tienes frente a ti. Esta posición está diseñada para minimizar la fuerza del impacto y la llamada sacudida en sus extremidades, en particular tu cabeza, cuando eres lanzado hacia adelante. Llegado el momento de salir deprisa, olvídate de tu equipaje de mano; ten a mano algún líquido con el que mojar tu camiseta u otra prenda y cúbrete la nariz. Habrás hecho un filtro improvisado de aire con el que ganar algún minuto extra.
La PDA
Una situación de supervivencia puede comenzar cuando uno se pierde y queda expuesto (e indefenso) en un medio hostil. A menudo, todo podría haberse evitado si se hubiera actuado haciendo lo correcto desde un principio. Por ejemplo, si uno se pierde, es mejor detenerse y tratar de ubicarse, en lugar de seguir andando –en ocasiones con prisa- sin tener plena certeza de que seguimos la dirección correcta. Creemos lo que queremos creer y, en ocasiones, confundimos nuestros deseos con la realidad. Por ello, los expertos recomiendan retroceder antes que avanzar, en caso de desorientación. Uno siempre puede tratar de recordar el camino por donde vino –sobre todo si tomó la precaución de tomar puntos de referencia naturales (un árbol caído, una roca con forma curiosa, etc.) o fabricados por él (el sencillo método de las flechas de dirección en el suelo con piedras que destaquen sobre el suelo). las cinco fases por las que atraviesa una persona cuando se pierde en la naturaleza (negación, rabia, negociación, depresión y aceptación),
No es extraño que la mayoría de los libros de supervivencia hayan sido escritos por antiguos militares. Si realmente lo malo se vuelve peor, sorprendentemente, aprenden a relajarse, esperando a que pase lo más grave pues saben que, ocurra lo que ocurra en el día más oscuro, las horas y el tiempo pasan. Retoman fuerzas y tras ese descanso, encuentran el momento idóneo para pasar a la acción y volverlo a intentar, una y otra vez, sin tregua hasta la victoria final.
Es curioso saber que la mayoría de las personas que son víctimas de un accidente en la naturaleza y que sobreviven al mismo, son incapaces de prolongar su vida más allá de las cuarenta y ocho horas después del siniestro (normalmente por causa de hipotermia). Uno no es consciente de que frente a cualquier peligro siempre hay tres fases por las que pasar (y en este orden) que pueden recordarse con las siglas PDA: Percepción – Decisión – Actuación.
En la primera fase se toma conciencia de la situación. A menudo la percepción está distorsionada por el estado anímico que se sufra en ese momento (pánico, estrés, enfermedad, frío o calor, hambre y sed, etc.). Por ello, todos los manuales de supervivencia insisten en este punto en aconsejarte, como una cuestión de vida o muerte, que te calmes y adoptes una actitud positiva. En la segunda fase, si has logrado tener una visión clara y objetiva de tu situación, toca tomar una decisión. También es frecuente encontrar numerosos casos de parálisis y de bloqueos entre supervivientes que no logran tomar una decisión correcta pese a haber hecho un diagnóstico acertado de la situación. La tercera y última fase, la parte resolutiva, supone pasar a la acción. Sin duda es en este momento en el que más te alegrarás de haber leído libros como éste pues, gracias a ello, habrás adquirido valiosas capacidades para asegurar tu supervivencia:
– La capacidad de permanecer seco y templado
– La capacidad de hidratarte y de alimentarte
– La capacidad de calentarte con fuego
– La capacidad de orientarte
– La capacidad para hacerte ver y obtener ayuda
– La capacidad de proporcionarte unos primeros auxilios
Con todo, debo advertirte que las prisas son malas consejeras y que, por muy seguro que estés de tus capacidades, debes tener previsto una estrategia alternativa a los planes que hagas. Y una variante “B” a ese plan supletorio, si puedes. Debes actuar deprisa pero lentamente. Esto es, al sesenta por ciento de tus fuerzas. Se puede saber si estás sobrepasando ese límite si hace un tiempo fresco y estás sudando. La razón es que la fatiga aguarda su oportunidad para abordarte cuando menos lo esperes. Cuando llega la fatiga no se va fácilmente ni de manera rápida.
Uno de los mejores ejemplos de la importancia de la adaptabilidad está en los niños pequeños menores de seis años que constituyen el grupo de personas que tiene uno de los índices de supervivencia más alto. La explicación es simple: “a pesar de que los niños pierden calor corporal más deprisa que los adultos, a menudo sobreviven mejor, bajo las mismas condiciones, que cazadores expertos. Guardan un gran secreto que triunfa sobre el conocimiento y la experiencia: a esa edad infantil el cerebro no ha desarrollado ciertas habilidades. Por ejemplo, los niños pequeños no crean el mismo tipo de mapas mentales que los adultos. No comprenden eso de viajar a un lugar determinado, por eso no corren para llegar a un lugar que esté más allá de su campo de visión. También se dejan guiar por sus instintos. Si hace frío, se cuelan en un tronco hueco para calentarse. Si se cansan, descansan para no fatigarse. Si tienen sed, beben. Tratan de sentirse cómodos y eso les ayuda a mantenerse vivos. Su secreto también puede residir en el hecho de que aún no tienen la sofisticada capacidad de los adultos de hacer mapas mentales, y por lo tanto, no intentan torcer el mapa sino que espontáneamente remapean el mundo en el que están.”
¿Cómo se puede aprender a ser superviviente?
Uno de los grandes secretos de la supervivencia: todos somos más fuertes de lo que pensamos ser. Por eso, ¡sorpréndete!: los supervivientes son gente corriente que realiza cosas extraordinarias.
Si alguien preguntara: ¿en qué consiste la supervivencia? Cualquier especialista en supervivencia respondería a esta cuestión de manera concluyente: la supervivencia es saber satisfacer las necesidades básicas en todo tiempo y lugar. Cualquier persona puede salvar su vida en la Naturaleza si sabe cómo poder calentarse, si tiene frío; cómo obtener comida y agua, si le atormenta el hambre y la sed; cómo hacerse visible para los equipos de salvamento si le están buscando.
Entonces, ¿puedo ser yo un superviviente? Y, asumiendo que la respuesta es afirmativa, procede formular la segunda pregunta –y a ella responde este libro-: ¿qué necesito para ser un superviviente?
En esencia, prepararse para la supervivencia consiste en dos cosas: tener en todo momento contigo un sencillo equipo de supervivencia (preferentemente, preparado por ti en lugar de uno adquirido por internet) y poseer una capacitación lo más completa posible sobre trucos y técnicas que te ayuden a satisfacer tus necesidades básicas en todo momento.
“Mientras más cosas lleves en la cabeza, menos tendrás que portar en la mochila.” Esta frase resume la relación mágica entre recursos y competencias que han de estar dirigidos hacia la consecución de dos grandes objetivos: el primero es regular tu temperatura corporal (lo cual incluye la ingestión de agua y la preservación de tu cuerpo frente a las inclemencias del tiempo); el segundo es ser rescatado lo antes posible. Y ello durante al menos 72 horas (estadísticamente, el plazo en el que los equipos de rescate tardan en socorrer a alguien que estén buscando).
Los recursos necesarios para satisfacer las necesidades básicas, siempre en este orden: agua, refugio, comida y señalización, no siempre están al alcance de la mano en el momento oportuno, por la sencilla razón de que normalmente los accidentes no suelen venir con preaviso. Los recursos son una mochila o cinturón de supervivencia con lo básico, que siempre deberíamos llevar con nosotros cuando salimos al campo o pensamos coger el coche en una carretera que puede atraparnos, por ejemplo, con nieve.
¿Qué llevar? Lo básico e imprescindible para no tenerte que preocupar por “ser rescatado” (…) UMA: utensilios (una linterna, una manta de supervivencia, un encendedor, etc) medicamentos (analgésicos, vendas…) y alimentos (incluyendo agua) En supervivencia existe una regla básica denominada “3 – 3 – 3”. Significa que no puedes estar más de tres minutos sin respirar, ni más de tres días sin agua, ni más de tres semanas sin alimento. Todos tenemos en nuestros cuerpos recursos suficientes para poder sobrevivir sin ingerir alimentos durante varias semanas. No debería ser, por tanto, una preocupación acuciante el conseguir comida. Sin embargo, el hambre es una consecuencia directa de un impulso de tu cuerpo, no una reacción del intelecto. Cuando tu cuerpo dice que tienes hambre, no te deja libre a menos que lo alimentes o engañes si no tienes comida. En todo caso debes recordar que si no tienes agua no debes comer nada pues la digestión de ese alimento consumirá los escasos recursos de agua que te queden en el cuerpo con lo que acelerará tu proceso de deshidratación y muerte.
Revisa siempre el estado de tus recursos. Escoge el equipo adecuado con los instrumentos que de verdad consideres imprescindibles, aunque si puedes, llévalos por duplicado. Cuando llegue el momento sabrás que ha sido una sabia decisión. Como filosofía de supervivencia, elige la simplicidad sobre la complejidad. Te diría, incluso, que si puedes, todos los instrumentos que lleves deberían poderse utilizar con una sola mano.
En cierto modo es lógico si consideramos que la mayoría de la gente comparte la creencia de que la supervivencia es un tema que siempre afecta a otros. Pero recuerda esta frase y repítela como un mantra siempre que salgas de tu zona de confort y te adentres en la naturaleza: “siempre es más fácil mantenerte alejado de los problemas que librarse de ellos”. Es igual que un perro furioso que está encadenado a un poste: no puede hacerte nada si no te acercas a él.
Cuando no se cuenta con recursos suficientes, entran en juego las competencias. Las competencias es lo que nos permite actuar cuando no tenemos recursos. Hay competencias innatas (como la de agarrarnos a algo cuando caemos) y competencias adquiridas (la capacidad de adaptarnos al entorno, frío o cálido). Las competencias básicas para la supervivencia son saber cómo poder calentarse, si hace frío; cómo obtener comida y agua, si atormenta el hambre y la sed; cómo hacerse visible para los equipos de salvamento si nos están buscando. “Evita que lo importante se vuelva urgente” (el estrés)
Ej. Cómo orientarte con el sol, como hacer un refugio; calentarte con una pila, hacer fuego con una batería de móvil, potabilizar agua, etc… El principal secreto de la supervivencia: adaptarse a cada situación en la que se esté e improvisar con lo que se cuenta. Todo sirve por sí mismo y para otros fines (ejemplo, la barrita de cacao de labios o la batería agotada de móvil, un preservativo…
En este libro incluyo algunos consejos sobre cómo prevenir y combatir la hipotermia (el cuerpo no puede producir suficiente calor) y la opuesta hipertermia; cómo obtener agua, alimentos, refugio, etc., aplicando recursos y competencias diversas.
Para sufrir hipotermia no creas que esto supone estar bajo cero grados centígrados, basta con que tu cuerpo precise generar calor y no seas capaz de hacerlo (por ejemplo, si sientes agotamiento). La hipertermia es el fenómeno opuesto: tu cuerpo comienza a calentarse en exceso. La principal vía de enfriamiento es el sudor, lo que requiere estar bien hidratado. Cuando falta agua a tu organismo, éste se colapsa con consecuencias nefastas.
El punto de partida es 37’6 grados centígrados, la temperatura media de una persona. Con que ésta baje sólo dos grados, entras en hipotermia: tu cuerpo tirita, sientes escalofríos, te notas confuso o desorientado y pierdes capacidad de concentración para realizar las tareas más básicas. Si no la combates rápido, la temperatura de tu cuerpo continuará cayendo. A los 32 grados centígrados comenzarás a experimentar arritmias cardíacas y rigidez muscular. Entras en un proceso irreversible, el comienzo de tu fin: un grado menos y pierdes la consciencia; otro y tus pupilas se dilatan sin reaccionar a la luz. A los 29 grados centígrados llegan las arritmias cardiacas agudas y el edema pulmonar. Sigue bajando tu temperatura corporal pero ya no sientes nada. Es la muerte dulce de la congelación.
La hipotermia puede suceder también en el mar. De hecho, estadísticamente hablando, el noventa por ciento de las personas que caen al mar no son recuperadas con vida, siendo la hipotermia la principal causa de muerte en el mar. Cuando la temperatura del agua es inferior a 2 grados centígrados, se estima en cuarenta y cinco minutos la supervivencia máxima de un náufrago; un náufrago puede sobrevivir en el agua hasta seis horas si la temperatura oscila entre 10 y 15 grados centígrados. Entre 15 y 20 grados centígrados, podrá llegar hasta las doce horas; por encima de 20 grados centígrados, su supervivencia no está sujeta a límite a causa de la hipotermia.
Incluso a una temperatura aceptable, de 32 grados centígrados, una persona puede morir si sufre tan sólo la pérdida del quince por ciento del agua de su cuerpo. Incluso, una persona puede morir en mitad de la nieve o con tiempo fresco si su deshidratación supera el veinticinco por ciento.
La deshidratación puede evitarse –o al menos retrasarse- si se sabe cómo. En un terreno desértico, la clave está en adaptarte al desierto y no luchar contra él. Por ejemplo, si no has tenido la precaución de evitar salirte de la carretera o de los caminos señalizados y te pierdes, sería mejor esperar a la caída de la tarde para caminar en busca de ayuda. Cuanto más trabajo físico efectúes, más sudarás y más agua necesitarás para contrarrestar la deshidratación de tu cuerpo.
También analizo distintos escenarios en los que esas competencias sobre supervivencia pueden ser puestas en práctica, en casos de desastre naturales y provocados por el hombre.
Cifras: (90% sentido común, 10% temeridad; 3-3-3 la regla de oro de la supervivencia; +3, -8 en vuelos de aviones; 50-30-20 (la hora dorada); 1-10-1 (si caes en agua helada) 10-80-10, tipo de gente en una emergencia, etc.