Poema titulado «Divagaciones» de D. Manuel Gil Barragán.
Me está llorando el silencio de la tarde, como si el reloj se hubiese detenido en un vacío infinito, solo estoy sintiendo un pequeño compás del pulso en mis sienes, un leve golpear de ritmo lento. El pensamiento duerme, hay un nirvana absurdo sin ansias ni recuerdos y veo, como una tenue lluvia fuese empapando mis adentros.
Nada dice la tarde, nada quiere que sea, que tome cuerpo en algo real, pero, no, no dice nada, solo y todo parece que está muerto, me gustaría gritar, decir que estoy, mas solo llega el eco del silencio.
He mirado el reloj con desgana infinita, como si no importase que detenga sus brazos y no ande y, encojo los hombros y me digo que, bueno, que me da igual la tarde y esperaré los sueños que me traerán mensajes de otros pechos, que también están muriendo, en el calmado vacío que aprisiona los pulsos para que no anden.
Sigo fuente esperando tu cantar de agua clara, un estanque de peces o de solemnes cisnes apartando los lotos con sus pechos de seda, como acariciándoles, las notas de un piano que la noche acercan a mi pecho sediento de deseos, que la dama de noche inunde los jardines de perfume y las Ninfas desnudas de las aguas ofrezcan a la luna, collares de esmeraldas. Si, eso es lo que busco, la paz de los arroyos, el álamo y el chopo y en los remansos dulces, las libélulas de oro en juegos amorosos que se ocultan bajo el frondoso enebro de los secretos besos, ahí donde la brisa se serena y se posa a esperar que la noche traiga los caminos de fuego de perseidas jugando entre la luna y las estrellas.
Así soñando, voy corriendo caminos de la noche, siempre esperando el beso de la luna, el silbo de la Musa que me entregue un sueño de besos y de amores que embarcaron por los mares perdidos de mi sangre y me dejaron huérfano de abrazos, y, sellaron mi pecho con cerrojos de sombra sin caminos de rosas, ni los cantos de alondra, ni siquiera el nidal de pichones de sus pechos, el alabastro íntimo de sueños, la cintura y los besos.
Un canto de Sirenas llega hasta el velero de los vientos, tras la estela de nata herida por la quilla. es como un soñar de ilusiones o quizás sea la fiebre de encontrarlas, mas, navego mecido por el abrazo azul donde habitan los corales, siempre adelante, el mascarón de proa parece sonreírme en esperanzas pero me asalta el duro pensamiento del Ocaso, donde cae el sol entre celajes rojos, al otro lado del mar, donde muere el poeta para que salga un nuevo sol otra mañana.
Manuel Gil Barragán