ATENEO DE SEVILLA

Joaquín Romero Murube

Los Palacios y Villafranca, 18 de julio de 1904 – Sevilla, 15 de noviembre de 1969.

En Memoriales y Divagaciones, Romero Murube afirmaba que la vida del sevillano emergía en dos medidas puras: la luz y el horizonte. Claridad -visión- interior y espacio universal y trascendente marcan -a su vez- la personalidad de este autor y ateneísta que entendió a Sevilla como ámbito inigualable donde viven reunidos los ángeles, las musas y los duendes, rectores dulces y abismos claros de la eterna Andalucía.

La trayectoria humana y literaria del que fuera redactor-jefe de la revista Mediodía está vinculada a las vanguardias (fue de los primeros en apoyar El Ala del Sur, del ultraísta olvidado Pedro Garfias), a la visión artística y meditativa de un nuevo Edén recobrado y a la dimensión ética e histórica de una singular geografía literaria (Sevilla y, por extensión, el ámbito meridional). Temprano escritor de La novela del día con La tristeza del Conde Laurel (1923) y Hermanita amapola (1925), sus inicios narrativos y líricos tienen como referencia a Prosarios (Sevilla, Imprenta Gironés, 1924), una obra traspasada por ese ideal juvenil de silencio y pureza de alma, que él mismo dejó traslucir en el prólogo: Seamos humildes, sinceros, fervorosos. Amemos nuestro amor con el más exaltado de los delirios. Y nunca olvidemos que si junto al rayo de sol la perla quedó oscurecida, no por eso deja de ser la más preciosa entre las piedras. Impresiones y visiones de fondo juanramonianas y d’orsianas, con amores campesinos, alternan con estampas familiares, jardines de ensueños y sendas urbanas traspasadas por la melancolía y el amor, según la norma de Amiel (Diario íntimo), recogida coma epígrafe: Cualquier paisaje es un estado de alma. Estas reflexiones -que incluyen incluso un poema como «Coplas de mar amargo»-, no esconden -por contra- la crítica sobre la ciudad falseada: Desacertadas normas edificias, afán de seudosevillanismo, o, las más de las veces, inopias de gusto, tanto en particulares como en corporaciones, van poco a poco, así material como espiritualmente, despojando a Sevilla, a nuestra Hispalia, de su gracia natural, fina e ingenua. La muestra primera tendrá su continuación lógica en Sombra Apasionada (1929), libro mosaico -dedicado a Gabriel Miró- donde su autor alterna prosas sensitivas y creacionistas-surrealistas con aforismos de estética, poesía clasicista (décimas) y neopopularismo (canciones, romances). Todo traspasado por la visión de la ‘ciudad a distancia’ que será característica asimismo de Cernuda en estos años. Las influencias de Ramón Gómez de la Serna (greguería), de Valle-Inclán (esperpentos), José Bergamín (aforismos, El cohete y la estrella) y Pedro Salinas (prosas, Vísperas del gozo) son evidentes en esa colección de textos, de los años 1925 a 1927, publicada como 5º Suplemento de Mediodía y que responde -como el poeta dejó escrito- «a la tesitura entonces desusada de que el fenómeno lírico no necesita para su expresión del receptáculo cristalino tradicional del verso y de la rima».

En 1934, el también funcionario del Ayuntamiento sevillano dará a la luz José María Izquierdo y Sevilla (Sevilla, Imprenta Municipal), fruto de la concesión del «Premio Izquierdo» de dicho año, otorgado por el Ateneo Hispalense. La investigación realizada supone una perspectiva de la «universalidad y excelsitud» que el abogado, profesor y responsable de varios ensayos -Izquierdo- quiso para la ciudad que le vio nacer. El ensayo nace como un reto: cómo explicar a los mismos sevillanos los conceptos fundamentales -con biografía incluida- del autor de Divagando por al ciudad de la Gracia, con el objetivo de universalizarlos: El divagar es artizar sin artificio, hacer sin técnica, expresar sin forma; es traducir una sensación por otra, una imagen por una idea, una idea por una emoción, una emoción por un ensueño…divagar es sentirse crítico en la creación y artífice en la contemplación. Por otra parte, en ese mismo año, de 1934, publica su ensayo Dios en la ciudad, más tarde incluido en Sevilla en los labios (Sevilla, Colección Mediodía, 1938). Es éste uno de los libros centrales de Romero Murube: y no sólo por la filosofía expuesta en sus páginas, sino por las líneas estéticas apuntadas, que serán después ampliadas en entregas posteriores: vitalismo sevillano, con sus mitos y leyendas; recuento de vida y literatura en torno a maestros (Bécquer) y al grupo generacional (Mediodía); recreaciones de jardines y de la gracia misteriosa y secreta de los bailes; el temblor de campanas y oraciones que supone la emoción religiosa, etc. Todo ello, con la huida del narcisimo localista y la exposición directa de las limitaciones de una geografía tópica: Queremos una Sevilla universal, dentro de esas normas propias y características que hacen de las ciudades valores apartes y comunes como rosas de distintos aromas y colores. Creemos que, literaria y artísticamente, los sevillanos deben esforzarse en lograr expandir esa enorme fuerza centrífuga que contrae la sugestión de la ciudad al encanto de un patio, al primor de una página, o al círculo mínimo y cordial de una copa de vino. Hay que hacer Sevilla para el mundo, ya que también sabemos hacérnosla- recreación- para nosotros. Así, en esa dirección creativa, en lo concerniente a la prosa, nueve años más tarde se imprime Discurso de la mentira (Madrid, Revista de Occidente, 1943), y -de nuevo- Sevilla trasciende su propio mito -vuelven a reproducirse páginas ya dedicadas a Izquierdo de 1934-, ahora en encuentros con Europa, con esa construcción armoniosa de la ciudad a la que se refiere Ortiz de Lanzagorta, en 1985. A lo largo de tres décadas, el autor publica Alcázar de Sevilla-Guía Turística (Patrimonio Nacional, 1943), Pregón de la Semana Santa (Sevilla, Católica Española, 1945), Memoriales y Divagaciones (Sevilla, Gráficas Tirvia, 1950, colofón 1951), Lejos y en la mano (Gráficas Sevillanas, 1959) y Los cielos que perdimos (Gráficas Sevillanas, 1964). Los tres últimos forman una trilogía sobre los espacios de la memoria, donde la divagación alcanza a ángeles, musas y duendes andaluces, al gozo dionisíaco de la ciudad -realidad inmedita, hondura vital-, y al cuerpo y espíritu de jardines y escritores evocados, sin olvidar el tiempo de Dios y la propia poética. Una última obra de investigación, con la que consiguió el «Premio Ciudad de Sevilla», en 1964 (Sevilla, Publicaciones del Ayuntamiento), se centra en los avatares y logros de Francisco de Bruna y Ahumada, responsable durante 42 años (1765-1807) -como el mismo escritor, dos siglos más tarde- de los Reales Alcázares de Sevilla.


Romero Murube recoge además tres narraciones «novelísticas» en …Ya es tarde (Sevilla, Gráficas del Sur, 1948), y -seis años después- compone -al modo juanramoniano- una hermosa elegía de su pueblo, visto a través de los ojos de la niñez, bajo el título de Pueblo lejano (Madrid, Ínsula, 1954).

Como contrapunto a la labor narrativa y ensayística, la creación poética fue acrecentándose con el paso de los años. A Sombra Apasionada sucedió Siete Romances (Sevilla, 1937), dedicados a Federico García Lorca, sin nombrarlo: «¡A ti, en Vizna, cerca de la fuente grande, hecho ya tierra y rumor de agua eterna y oculta». Desde la bailarina, el enamorado, el jardín, el torero, hasta el Gobernador de Sevilla Cruz Conde o el famoso «Romance del crimen», publicado anteriormente en el n. 14 de Mediodía ( febrero 1929), como «Aleluyas del crimen», que bien podría aplicarse a la muerte del poeta granadino: «Los niños llevan a casa/ pistolas, bombonas, guantes.// La sombra quedó cosida/ con el cuchillo, a la carne.// Por el asfalto resbalan/ serpientes de verde sangre.// En Tokio y en Marsella/ en Liverpool y en el Havre.// Y en todo el mundo la prensa/ llevará con gran detalle// a los hogares honrados/ cinco columnas de sangre». Pasados cuatro años, Canción del Amante andaluz (Barcelona, Luis Miracle editor) significa la vuelta del jardín interior, espacio de soledades y sueño, bajo una polifonía de claridad y misterio. «Libro que pone orden, aclara confusiones y fundamenta certidumbres», y donde se encuentran secretos del taller de los maestros, «refrescan las mejores gracias de nuestros primitivos del Cancionero de Baena y los geniales prosaísmos de Villón», según anotó su compañero de grupo, Rafael Porlán. Un nuevo testimonio poético supone Kasida del olvido (Madrid, Editorial Hispánica, Adonais, 1945), continuado y ampliado en Tierra y Canción (Madrid, Editora Nacional, 1948). En el primero, la reescritura de la poesía arabigoandaluza delimita otras líneas ya apuntadas en los años veinte; en el siguiente, se amplian los registros -tonos-, con recuerdos portugueses y florentinos, logrando su autor -una vez más- esa inmensa elegía del recuerdo que constituye el espejo de su obra. Muy significativo es que -en el poema final de dicho poemario («En el Cementerio del Suroeste en Barcelona») y por tanto al final de toda su obra lírica publicada- Romero Murube oponga la muerte a la Sevilla de sus sueños: «¡La muerte, aquí, frente a esta augusta calma/ del mar antiguo, en soledad sonora!…/Pero algo bulle en mi raíz de tierra/ que opone, dulce, su repulsa leve…/¡Sin mares ni colina, allá en la dura/ tierra caliente, en mi Sevilla eterna!».

En una conferencia leída en el ‘Club La Rábida’, de Sevilla, en el ciclo ‘Poetas vistos por ellos mismos’ (Los cielos que perdimos), el que fuera amigo de Paul Morand exponía las esencias, la razón, de su obra poética, referidas a su infancia: Sí, la soledad como algo denso y palpable que nos une y relaciona con el fondo de la vida y con el universo. (…) Había descubierto la soledad que nos une con las entrañas misteriosas de todo lo creado. (…) La soledad que nos funde con el alma de todo lo existente. El misterio tangible del mundo como creación y como belleza. Y el amor.

De esa soledad radical que enlaza vida con universo -conocimiento y belleza- nace la conciencia de su creación poética, la trascendencia de toda su obra literaria.

JOSÉ MARÍA BARRERA LÓPEZ

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