Semblanza de Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), ex Presidente del Ateneo, Académico de la Lengua Española y cervantista.
(Osuna, 1855- Madrid, 1943). Don Francisco Rodríguez Marín, que por razón de su origen usó en ocasiones el nombre de “Bachiller Francisco de Osuna”, obtuvo la licenciatura en derecho en la Universidad de Sevilla y ejerció como abogado en esta capital, hasta el año 1904; teniendo que abandonar la profesión en ese año, como consecuencia de haber perdido la voz casi por completo. Con anterioridad, ejerció el periodismo en su ciudad natal de Osuna. Durante su larga vida, ocupó destacados cargos, como fueron los de director de la Real Academia Española; presidente honorario del patronato “Menéndez Pelayo” del Consejo Superior de Investigaciones Científicas; director de la Biblioteca Nacional; académico de la Real Academia de la Historia y académico de Buenas Letras de Sevilla, entre otros. Don Francisco Rodríguez Marín, el mejor cervantista español de todos los tiempos, publicó durante su vida tres ediciones críticas de El Quijote. La primera de estas ediciones la realiza entre los 1911 y 1913, desarrollándola en ocho tomos. La segunda edición crítica tiene lugar durante los años 1916 y 1917, ocupando seis tomos. La que denomina Nueva edición crítica la realiza en los años 1927 y 1928 desarrollándola en siete tomos. En esta edición el número de notas exceden de 4500 y algunas de ellas, las más importantes, no figuran a pie de página, como es habitual, sino al final, como apéndices, en número de cuarenta. La edición de 1927-1928 fue reeditada después de su muerte, en los años 1947 y 1949, en diez tomos, bajo el título Nueva Edición Crítica con el comento refundido y mejorado y más de mil notas nuevas; recogiéndose en ella, en efecto, las más de mil notas que no figuraban en la edición anterior y que don Francisco Rodríguez Marín había dejado redactadas. Aparecen citados cerca de mil quinientos autores.
La labor investigadora y el profundo conocimiento de don Francisco Rodríguez Marín sobre la obra de don Miguel de Cervantes Saavedra, le llevó, así mismo, a la publicación en folletos independientes de sus investigaciones sobre puntos concretos de El Quijote. Se desarrolla esta labor en el período comprendido entre los años 1911 y 1926. Sin ánimo exhaustivo cabe recordar las siguientes: “Dos conferencias sobre El Quijote” y “Don Quijote en América”, publicadas en 1911. “Glosa del discurso de las Armas y las Letras, del Quijote” conferencia en la Academia de la Poesía el 2 de marzo del mismo año 1911. “El Caballero de la Triste Figura y el de los Espejos: dos notas para el Quijote”. “El yantar de Alonso Quijano el Bueno”. “Los modelos vivos del Don Quijote de la Mancha: Martín de Quijano”, estudiando la figura de éste, contador de las Galeras Reales. “El modelo más probable de Don Quijote”. Si en la obra últimamente citada, Martín de Quijano pudo ser persona que influyó en Cervantes, según Rodríguez Marín, para la de don Quijote, en esta nueva obra, publicada dos años después, el posible modelo pudo ser Alonso de Quijada. “Las supersticiones en el Quijote”, publicada en el año 1926. Estos folletos fueron recogidos en 1947 bajo la rúbrica de Estudios Cervantinos.
Con ser extraordinaria y no superada la labor del señor Rodríguez Marín respecto a El Quijote, sería erróneo limitar a ese punto la labor de tan ilustre escritor: por una parte hay que recordar sus publicaciones sobre otras obras de don Miguel de Cervantes Saavedra; por otra las realizadas sobre diversos autores. En total fueron unas ciento cincuenta obras las que quedaron a su fallecimiento. Dentro del campo cervantista, es preciso recordar la edición de tres novelas ejemplares: Rinconete y Cortadillo, en 1905; La ilustre fregona, en 1917 y El casamiento engañoso y coloquio de los perros, en 1918. Resulta curioso comprobar como su conocimiento sobre Cervantes se extendía no solo a la labor literaria de éste, sino incluso a sus circunstancias personales y así en Nuevos Documentos Cervantinos hace referencia a su bisabuelo, su abuelo, su padre, sus hermanos y hermanas, sus primos y a algunos más. Fuera ya del campo cervantista la labor del señor Rodríguez Marín fue igualmente muy extensa y profunda. Comienza esta labor con la publicación de la única edición completa de las Flores de Poetas Ilustres, del antequerano Pedro de Espinosa, una antología poética publicada el mismo año que el Don Quijote; las biografías del citado poeta antequerano y las de Luis Barahona de Soto y Mateo Alemán, más otras obras que sería largo enumerar. Durante la guerra española de los años 1936 a 1939, logra abandonar Madrid y se refugia en Piedrabuena, en la provincia de Ciudad Real, publicando en el año 1939 un nuevo libro denominado En un lugar de la Mancha. En el prólogo a este libro declara Rodríguez Marín que durante los veintiocho meses, que le habían parecido siglos, de su voluntario destierro fue haciendo traer de su casa varias carpetas con apuntes y notas -dice- por “si podría dar cima a alguno de los trabajos a que las carpetas se refieren”. La amplitud de estos temas ponen de relieve una vez más la laboriosidad y la erudición de don Francisco. Estos temas, en efecto eran los siguientes: “Fórmulas supersticiosas de las hechiceras españolas de los siglos XVI y XVII”; “Ensayo biográfico del gran místico osunés fray Francisco de Osuna, antes de su ingreso en la orden de los Padres Capuchinos”;”Nuevos datos para la biografía del famoso poeta ecijano Garci Sánchez de Badajoz”; “La popularidad del Quijote en España durante los siglos XVII y XVIII”; “Un jirón de los Girones y una admirable justicia de Felipe II (1597)”; “Francisco Porras de la Cámara es el autor de La Tía fingida”; “Frases hechas y otras locuciones tradicionales castizas y bien autorizadas, que piden lugar en nuestro léxico”; “Frases figuradas y familiares corrientes en el habla popular de Andalucía y no registrado en los diccionarios”.
Imprescindible recordar la labor de Rodríguez Marín en su magnífico y copiosísimo refranero y sus cantos populares, obra de juventud, pero acrecentada extraordinariamente a lo largo de toda su vida. Tal vez fuese oportuno recordar una de las estrofas del soneto -semblanza que obtuvo uno de los premios en el concurso a que después me referiré:
“Para saciar su sed enamorada/buscó en viejos veneros nueva fuente;/y el alma popular, alba riente,/al aire despertó, por él llamada”.
Fue don Francisco un ateneísta distinguido. Cabe recordar que fue presidente efectivo en el curso 1900-1901 y posteriormente presidente honorario. Una orden del ministerio de educación nacional de primero de julio de mil novecientos cuarenta y dos designó una junta, presidida por el entonces ministro don José Ibáñez Martín para organizar a Rodríguez Marín un homenaje al cumplirse los 88 años de su vida. El Ateneo de Sevilla se adhirió a dicho homenaje, solicitando del Ayuntamiento de esta Capital se levantase en el Parque de María Luisa una glorieta. El Ayuntamiento, recogiendo tal sugerencia, acordó levantar dicha glorieta y que figurara en ella, al servicio del público que deseara leerla y estudiarla la “fecunda producción del excelso maestro”. En comunicación del dieciséis de marzo de mil novecientos cuarenta y cuatro, el Ateneo daba parte al Ayuntamiento que las obras de aquel se encontraban a disposición del Ateneo para dedicarles a ese fin. El 6 de mayo de ese mismo año la junta directiva del Ateneo acordó designar el jurado para fallar en un concurso literario al autor del mejor soneto-semblanza sobre Rodríguez Marín, certamen que formaría parte del homenaje del Ateneo a dicha ilustre figura. El premio fue dividido en dos, uno de los cuales fue concedido a don Rafael Laffón y el otro a don Lope Mateo; otorgándose además cuatro menciones honoríficas.
Recogiendo unas palabras que figuran en la antes citada orden ministerial, pudiéramos decir que don Francisco Rodríguez Marín llevó una vida noble, serena, silenciosa e intachable.
Ángel Olavarría Téllez.
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