El pasado viernes 20 de septiembre tuvo lugar la conferencia titulada ‘RUSIA, FÁTIMA Y LA PAZ. Una reflexión sobre los grandes retos a la paz a lo largo del siglo XX y comienzos XXI’, y un canto a la esperanza, que impartió José Antonio Senovilla García, Sacerdote, doctor en Filosofía y licenciado en Derecho. Presentó el acto la periodista Susana Herrera Márquez, reportera de Canal Sur TV. El acto, que contó con la intervención de Ana Mª Álvarez Silván, Oncólogo Pediatra Emérito y socia del Ateneo, estuvo presidido por nuestro Preside, el Dr. Alberto Máximo Pérez Calero, y fue celebrado en el Salón de Actos de la entidad.
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TEXTO DE LA CONFERENCIA DE JOSÉ ANTONIO SENOVILLA
La vida está llena de paradojas. He aquí una que me sorprende siempre al hablar con personas muy distintas que después de muchos años vuelven a Dios: puede ser que alguien se encuentre “lejos de Dios”: pero Dios no se encuentra nunca lejos de él.
Esto ocurre también con el conjunto de la humanidad. Dios Padre vela por sus hijos, silenciosamente, respetando siempre su
libertad, sin obligar a nadie… Juega con el tiempo para no estorbar nuestra libertad… mientras cuida de nosotros. Y hay épocas en las que el conjunto de la Humanidad se separa más de Dios, se hace más daño, hiriendo así el corazón de ese Dios que nos ama como un buen padre sigue amando al hijo que se equivoca. Hay épocas en la historia de la Humanidad en las que ocurren muchas cosas en muy poco tiempo. Y Dios está ahí, intentando avisarle de los peligros y protegerle sin obligarle.
Muchas veces, Dios acude en ayuda de sus hijos, en circunstancias excepcionales, a través de una mujer: su Hija predilecta, a la que El mismo eligió y preparó como Madre de su Hijo Unigénito, Jesucristo. Un ejemplo claro es aquella época en la que, inesperadamente, se dio un encuentro entre dos mundos, hace medio milenio: una antigua civilización, que había conocido al Salvador, se encuentra con otra también antigua, que esperaba ese salvador que vendría de Oriente. Quien conozca la historia de la Evangelización de América, quien se haya interesado por entender lo que supone la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América, entenderá cómo Dios vino a favor de sus hijos, en momentos de grandísimos y rapidísimos cambios, a través de una Madre con rostro y acento nativo, que respondía a las esperanzas de aquellas civilizaciones precolombinas. Casi se podría decir que sin la Virgen de Guadalupe no se terminaría de entender la extensión de la fe en América…
A finales del siglo XIX el mundo sufrió de nuevo cambios muy profundos: cayeron imperios y, con el comienzo del nuevo siglo, vinieron guerras y revoluciones de dimensiones nunca vistas. En medio de aquel clima de depresión y miedo, Dios tuvo a bien enviar de nuevo a nuestra Santa María: Fátima es un diálogo de Dios Padre con sus hijos, a través de su Hija predilecta, nuestra Madre Bendita. Fátima es un intento de la Reina de la Paz por avisar a sus hijos del daño que son capaces de hacerse a sí mismos si se apartan de su Padre Dios. Pero Fátima es, sobre todo, un motivo grandioso de esperanza, un abajarse de Dios para dar a los hombres instrumentos de paz y de salvación. Fátima es una madre en conversación con sus hijos que han perdido el camino: una madre buena que les dice qué peligros les acechan y que les marca un camino sencillo, sin pérdida. Fátima es un prodigio de cómo Dios es capaz de poner en nuestras manos el discurrir de la historia, sin apartar su mirada amorosa de nosotros. Fátima está llena de promesas maternales: “No te desanimes. Yo nunca te abandonaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios” (Memorias de la Hermana Lucía I, Fundación Francisco y Jacinta Marto, 14ª Edición, Fátima, mayo 2016, p. 83). Esta frase, dirigida por La Virgen a Lucía en la aparición del 13 de junio, está dirigida también a cada uno de nosotros. En Fátima, Dios Padre, a través de la Reina de la Paz, nos da los instrumentos de salvación y de paz que necesita un mundo tan convulso como el que nos ha tocado vivir.
Pienso que no es aventurado afirmar que a los cristianos de nuestra época y, en general, a todas las personas “de buena voluntad” hay dos cosas que nos preocupan: la paz del mundo, tan maltrecha y amenazada, y la salvación de mucha gente buena a la que nadie ha llegado a hablar del infinito poder y querer misericordioso de Dios. Tengo que reconocer que estas dos amenazas, reales y de dimensiones hoy colosales, hasta hace poco me agobiaban. En mi ayuda ha venido el mensaje de Fátima. Efectivamente, Fátima nos da instrumentos para alcanzar del cielo la paz para el mundo, esa paz que los hombres no somos capaces de construir por nosotros mismos; y nos da instrumentos también para que muchas almas se salven, a pesar de no haber llegado conocer la bondad de Dios y la belleza del Evangelio. Fátima pone en nuestras manos, hombres normales, gente sencilla, la paz y la salvación de las almas. No en vano la Virgen eligió bien sus interlocutores: unos sencillos pastorcillos que nunca habían salido del lugar que les vio nacer.
Nos ocurre que, si algún peligro grave nos amenaza y no podemos hacer nada, eso nos provoca ansiedad. Fátima nos da las armas para defendernos de este peligro: es más, nos da las armas para vencerlo y superarlo. Es lo que haría una madre para defender a sus hijos: no dejarles nunca solos y darles instrumentos eficaces para defenderse.
Como jurista, entiendo que si alguien te hace una promesa que está en su mano y lo hace de modo condicional, se está obligando en caso de que la condición se cumpla. Por eso Fátima es tan importante para nosotros: la Virgen, en cada una de las apariciones de 1917 pide que recemos el Rosario todos los días pidiendo por la paz del mundo. Eso es un pacto en toda regla! Ella es la Reina de la Paz: si me dice “reza el Rosario todos los días por la paz del mundo”, eso significa que si yo asumo el reto, y rezo el Rosario cada día por la paz del mundo, con corazón abierto, en su presencia, Ella conseguirá de Dios esa paz. La Virgen lo promete, y lo cumple. Lo cumple ya desde el principio poniendo fin a aquella Primera Guerra Mundial (Memorias de la Hermana Lucía I, 14º Edición, pp.174 y 176).
Pero la paz del mundo no es sólo la paz geopolítica: necesitamos la paz en nuestros en nuestros ambientes de trabajo, en nuestros hogares y, sobre todo, en nuestros corazones: ahí es donde empieza la paz. Quien reza el Rosario todos los días con corazón abierto lo podrá comprobar por sí mismo.
Muchos se preguntan por qué la Virgen pidió el rezo del Rosario todos los días, y no, por ejemplo, la asistencia diaria a la Santa Misa, que es la oración por excelencia. No lo sabemos, porque parece que la Virgen no lo dijo ni los niños le preguntaron. Pero Lucía aporta alguna razón de conveniencia: en el mundo hay muchas personas que, aún queriendo, no podrían asistir diariamente a la Santa Misa, por multitud de motivos: pero rezar el Rosario… lo pueden hacer desde los niños (Jacinta tenía seis años!) hasta los más impedidos, los muy ocupados o quienes viven lejos de la iglesia más cercana. La Virgen nos da un arma al alcance de todos: el Rosario es una oración sencilla, capaz de tocar el corazón de un intelectual y el de un analfabeto. El Rosario es una oración que nos lleva a meditar el Evangelio, con los ojos de María (Llamadas del mensaje de Fátima, Hermana Lucía, Carmelo de Coímbra y Santuario de Fátima, 3ª Edición, septiembre 2017, pp. 134-137.
Hay gente que dice no rezar el Rosario porque se distraen. Sin una gracia especial, quizá no es posible no distraerse nunca al rezar el Rosario. Pero quizá a la Virgen le basta con que recemos el Rosario con corazón abierto… con Ella. Tanto en Lourdes como en Fátima, la Virgen se une al Rosario que están rezando los niños: lo reza con ellos. Porqué no pensar que cuando rezamos el Rosario con fe, con amor, nos “unimos” a un Rosario que reza la Virgen con sus hijos en todo el mundo… Es María la que nos invita. Es Ella la que eleva esa oración al Dios Altísimo.
Por experiencia sé que sostener el Rosario en la mano, en momentos de peligro, da paz. La Virgen es muy madre y sabe lo que necesitan sus hijos pequeños que se fían de lo que les dice su madre y saben agarrarse a su mano… Ella es nuestro refugio…
Con estas armas, todos nosotros podemos luchar activamente por la paz, aportar nuestro grano de arena en la batalla que se da en el mundo y en los corazones de los hombres.
Pero hay una segunda promesa que está presente en todo el itinerario de Fátima: la salvación de los pecadores.
Hay que aclarar que lo ocurrido y dicho en Fátima tiene un contenido muy preciso: el sentido del mensaje se desprende con claridad si se consultan las fuentes originales. En este contexto, “salvación de los pecadores” quiere decir gente se salva del infierno (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, pp. 176-177).
En el mundo de hoy muchos viven muy lejos de Dios y de los mandamientos que El nos dio como camino de salvación. Qué pasará con ellos si llegan a la muerte sin ayuda? Fátima contesta a esta pregunta y pone en nuestras manos un instrumento colosal de salvación de los pecadores: los sacrificios y una oración. Ya el Ángel, en las apariciones de 1916, había hablado a los niños del poder salvador de los sacrificios que todos nosotros podemos ofrecer a Dios. Pero esto exige una pequeña explicación.
Dios no quiere obligarnos a amarle. Nadie en su sano juicio pretende tal cosa y mucho menos Dios, que nos creó libres: sin libertad no hay amor. Dios respeta y ama nuestra libertad de un modo tal que a veces es para nosotros difícil de entender. Pero la Iglesia siempre ha creído en el poder intercesor de los sacrificios ofrecidos por otros, vivos o difuntos. Cuando la Virgen en Fátima dice que ofrezcamos sacrificios por la salvación de los pecadores, quiere decir que si tú y yo pagamos una especie de rescate, Ella se compromete a “conseguir” de Dios el arrepentimiento de un pecador, quizá en el último y definitivo momento de su vida. Ofreced sacrificios por la salvación de los pecadores es una promesa similar a la de “rezad el Rosario todos los días por la paz del mundo”: es un pacto! Yo ofrezco un sacrificio, y Ella consigue de Dios el milagro. Lo ha hecho continuamente a lo largo de la Historia. La literatura cristiana, en todas las latitudes, es buen testigo de ello.
Dios tiene muchos caminos de salvación que no son los habituales. La Misericordia de Dios supera con mucho nuestra imaginación. Y la Virgen nos muestra cómo a través de Ella es más fácil volver a su Hijo y pedir perdón. Empezando por los apóstoles que abandonaron a Jesús en el momento de su muerte en la cruz. Y eso, hasta el último momento de la vida de cada uno de sus hijos: Ella es, verdaderamente, Refugio de los pecadores.
Qué sacrificios valen para salvar a las almas que están a punto de perderse?: todos. Sacrificio no es sólo lo que es costoso: todo lo que hacemos, si no es en sí mismo malo, se puede ofrecer como sacrificio: se puede convertir en algo sagrado (esa sacralidad está en la raíz del sacrificio) y ser un instrumento de salvación de un alma urgentemente necesitada de rescate. Una madre que ve a muchos hijos suyos urgentemente necesitados de ayuda para no perderse definitivamente qué haría: dar a todos los demás hijos la más amplia posibilidad de ayudar al que en ese momento definitivo está más necesitado. Esta es la grandeza de Fátima: en un mundo en el que muchos están en grave riesgo de condenarse eternamente, la Virgen nos da un arma eficacísima –quizá eficaz “como nunca”- para ayudar a nuestros hermanos en peligro (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, p. 176). Fátima es, verdaderamente, un esfuerzo colosal se una madre por salvar a todos sus hijos, en un momento en que el peligro es mayor. Gracias, Madre, por colaborar de un modo tan femenino, tan materno, con el infinito deseo y poder salvador de nuestro Padre Dios!
Además, está esa oración que la Virgen les enseñó a los niños el 13 de julio para que la rezaran al ofrecer un sacrificio y muchas veces a lo largo del día, y que es capaz de cambiar el corazón de quien se atreve a rezarla… de corazón: “Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores, y en reparación por los pecados cometidos contra el Corazón Inmaculado de María” (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, p. 134). Esta oración, bien rezada, es de una eficacia portentosa: mueve al alma a desear salvar más almas y, de ese modo, cambia la vida de las personas. Una vez más, como todo en Fátima, lo mejor es vivirlo y comprobarlo.
Fátima habla también de otros instrumentos de salvación: la devoción de los primeros sábados con su gran promesa, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús… pero todo eso se encuentra muy bien recogido en las páginas que siguen y por eso no nos vamos a extender ahora.
Pasamos directamente a tratar un último aspecto del mensaje de Fátima: su carácter profético.
Entender el siglo XX, en toda su complejidad, es tarea de titanes. Pero darlo a entender en 1917, a comienzos de siglo, es algo que sólo puede venir del Cielo. Fátima es, como venimos repitiendo, el esfuerzo de una Madre por explicar a sus hijos el peligro que les acecha y marcarles un camino: “no vayáis por ahí porque terminaríais en ese terrible precipicio”; id mejor por ahí, que es camino seguro, y yo os serviré de guía y de refugio…
En este punto, una importante aclaración, explicada magistralmente por el entonces Cardenal Ratzinguer (futuro papa Benedicto XVI), entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El cardenal nos explica el alcance de la tercera parte del Secreto de Fátima (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, pp. 221-226): los católicos creemos en las verdades que se encierran en la Revelación que termina, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica (nn.9-10), con la venida de Jesucristo y el don del Espíritu. Todo está dicho ahí, y lo que no está ahí, explícita o implícitamente, no es de fe. Las posteriores revelaciones privadas no pueden aumentar ni quitar nada a la Revelación pública de Dios: sí pueden aclararla, en un momento o lugar determinados, pero sin aumentar ni quitar nada a lo que ya creemos. Fátima es una de esas revelaciones privadas, a las que un católico puede dar su adhesión si quiere… o no: está en su pleno derecho. Pero lo cierto es que Fátima es puro Evangelio: no dice nada que no nos dijera Dios en su Revelación… pero lo dice, en estos momentos difíciles, de un modo muy… maternal. Es lo que intentábamos expresar al principio de estas líneas: Dios siempre está cerca, y a sus hijos en cada época trata de darles las claves para santificarla. Pero hay épocas mucho más complejas, y a nosotros nos ha tocado “gestionar” quizá la época más compleja que haya vivido la Humanidad hasta el momento.
Entre mayo y octubre de 1917 la Virgen dice a los niños todo lo que puede ocurrir si los pecadores no rectifican su conducta y se sigue ofendiendo tanto a Dios. En plena Primera Guerra Mundial, entender su alcance y calibrar cuándo podría acabar era tarea poco menos que imposible: nunca antes el mundo había visto algo así. Coincidiendo con el final de las apariciones del 17, aparece la Revolución Soviética, que dará paso al sistema político más letal para la Humanidad que han visto los tiempos. Todo eso está dicho ya en Fátima. Pero la Virgen lo dice como lo hace una Madre buena y poderosa a sus hijos pequeños: para que no ocurran estos horrores haced esto, decid a la gente esto otro… y, más adelante, el 13 de junio de 1929, pedid al Papa que consagre Rusia a mi Corazón Inmaculado… (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, pp. 195-196).
Dios ha concedido al sacerdote que suscribe estas líneas la gracia de vivir en Rusia diez años, en los que hemos visto cambios que no se daban… en mil años. He visto cambiar situaciones que parecían inamovibles. Y he podido hablar con algunos de sus protagonistas. O al menos de quienes trabajaban muy cerca de los protagonistas.
Hemos empezado estas reflexiones considerando cómo hay épocas de la historia en la que ocurren muchas cosas en muy poco tiempo. Y que Dios nos presta una ayuda para entenderlas y llevarlas de nuevo a Él. La Virgen habla de Rusia ya desde la aparición del 17 de julio del 17: “Habéis visto el infierno, adonde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche alumbrada por una luz desconocida (en una nota se explica que se trata de la aurora boreal que aconteció en la noche del 25 al 26 de enero de 1938), sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar el mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la Comunión reparadora de los primeros sábados. Si se atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz: si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz…” (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, pp. 176-177).
Por qué Rusia? La devoción de los cristianos de Oriente a la Madre de Dios (así les gusta llamarla) es conmovedora, ya desde la conversión de la antigua Rus a orillas del Dniéper. Rusia es un gran país (desde el punto de vista geográfico, el más grande) con una gran riqueza cultural, con profundas raíces cristianas. Rusia es una gran nación, capaz de influir de un modo muy notable en el sucederse de la historia. Quien haya vivido en Rusia habrá podido comprobar cómo quiere Rusia a la Madre de Dios, y cómo quiere María a Rusia (Un camino bajo la mirada de María, Carmelo de Coímbra, Biografía de la Hermana María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado, p. 214). Basta, como botón de muestra, visitar Moscú o San Petersburgo y ver sus iglesias… o acercarse a rezar y ver rezar delante del icono de la Virgen de Vladimir en la iglesia de san Nicolás, corazón de la Galería Tretiakov de Moscú…
Pasaban los años y Rusia no era consagrada por los papas, al menos tal y como lo había pedido la Virgen. Y vino la II Guerra Mundial, y el mundo y la Iglesia tuvieron que sufrir mucho, como se había anunciado… Finalmente, después del atentado del 13 de mayo del 81 y de la visita del Papa a Fátima y la entrevista que tuvo allí con Lucía, el Papa Juan Pablo II realizó la consagración que la Virgen había pedido, y como por ensalmo, a partir de ese momento, comenzó a disolverse la Unión Soviética –algo totalmente imprevisto y sorprendente-, que terminó desapareciendo de un modo increíblemente pacífico en pocos años… (Un camino bajo la mirada de María, Carmelo de Coímbra, Biografía de la Hermana María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado, Ediciones Carmelo, Coímbra, 1ª Reimpresión, marzo 2017, pp. 217-222). Es el poder intercesor de María. Si nosotros cumplimos nuestra parte…
Fátima es algo que el Cielo se toma muy en serio. Fátima es un compromiso. Y un grito de esperanza: dejadme que os ayude… Os doy las armas, para conquistar la paz… Ése es precisamente el lema que eligió el Papa Francisco con motivo de su peregrinación a Fátima en el Centenario de las apariciones: “Con María, peregrino en la esperanza y la paz”.
Cayó el muro de Berlín, se disolvió sin más daños la Unión Soviética, hubo una apertura y un renacer… y muchos rusos acudieron a bautizarse. Es quizá parte de la conversión de Rusia, a la que se refiere la Virgen en julio del 17. Pero es verosímil pensar que eso no es todo: que la conversión de Rusia se consumará cuando por fin se supere la división entre los cristianos de Oriente y de Occidente que se inició, por motivos más que superados, hace casi un milenio. Decía Juan Pablo II, el Papa santo que vino de la Unión Soviética y que cumplió la petición de la Virgen de consagrar Rusia al Corazón de María, que el pecado de la separación entre los cristianos de Oriente y de Occidente es uno de los pecados que contradicen abiertamente la voluntad de Cristo y que exigen una mayor compromiso de penitencia y de conversión, uno de los mayores escándalos para el mundo (Carta Apostólica “Tertio Millennio Adveniente”, n. 34). Se trata del mismo Evangelio, cuando recoge esa conmovedora oración de Jesucristo al Padre, poco antes de su pasión, que se cita en el texto de la Consagración que pidió la Virgen: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (San Juan 17, 18-21).
Juan Pablo II cumplió el mandato hacer una consagración el día 25 de marzo de 1984, en unión vía satélite con los obispos de todo el mundo, delante de la imagen de la Virgen de Fátima que se venera en el santuario, trasladada para la ocasión a la Plaza de San Pedro. Y esa consagración cambió el curso de la Historia. Se trata de un texto de una profundidad y una belleza singulares. Vale la pena leerlo, una y otra vez, quizá renovándolo con el corazón…
Cuando llegué a Rusia en junio 2007 fui a visitar, en calidad de vicario regional del Opus Dei, a la persona que ayudaba al Patriarca de Moscú en las relaciones con las otras iglesias. En su despacho, en el corazón de Monasterio de san Daniel, centro de la ortodoxia rusa, vi que mi interlocutor tenía una imagen de la Virgen de Fátima y una foto con Juan Pablo II. Encontré allí a un hermano, con corazón y mente abiertos, que nos acogió con gran cariño y alegría. Pero eso no era óbice para que, en aquel, momento, cualquier paso de acercamiento entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa Rusa fuera bastante imprevisible. Y mucho menos, un encuentro entre el Papa y el Patriarca: un encuentro que se hacía esperar mil años. Pues bien, todo cambió de repente y el 12 de febrero de 2016, el Patriarca Kiril (Cirilo, como el gran evangelizador de aquellas tierras) y el Papa Francisco se encontraron en la Habana. He podido valorar el ambiente que rodeó aquel encuentro con algunos de los que estaban allí, y el clima de fraternidad, de entendimiento, de apertura y de esperanza, era humanamente muy notorio, pero sobre todo muy sobrenatural. Se había empezado a resquebrajar un muro, otro muro mucho más viejo y sólido que el de Berlín. Si los cristianos de Oriente y Occidente volvemos a rezar juntos, a trabajar juntos por la paz… quizá será dado al mundo, como la Virgen anunció, un tiempo de paz.
Hay mucha y muy buena literatura sobre Fátima que nos ayudará a conocer y meditar sobre el mensaje de la Virgen: sobre lo que ya se dio, sobre lo que ya no se dará porque gracias a Dios pertenece definitivamente al pasado (tal y como explica el Cardenal Ratzinger al hablar sobre la tercera parte del Secreto: Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, pp. 232-233) y sobre lo que queda por venir: todo un motivo de esperanza.
“Por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”, dijo la Virgen el 17 de julio de 1917. Cuándo veremos ese triunfo del Corazón Inmaculado de María? En qué consiste ese “final” de Fátima, tan esperanzador? Nos lo explica el propio Cardenal Ratzinger: “La devoción al Corazón Inmaculado de María es, pues, un acercarse a esta actitud del corazón, en la cual el “fiat” –hágase tu voluntad- se convierte en el centro animador de toda la existencia” (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, p. 233). Esto es lo que nos queda por ver: cómo muchos se convierten de corazón y, siguiendo el ejemplo de María, ponen a Dios como centro de su existencia y ese amor se convierte en el motor de su vida…
Pero aún hay más. Hablando del curso de la historia, de nuestro presente y de nuestro futuro, sigue diciendo el Cardenal Ratzinger: “El corazón abierto a Dios purificado por la contemplación de Dios, es más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de arma. El “fiat” de María, la palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque Ella ha introducido en el mundo al Salvador, porque gracias a este “sí” Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo y así permanece ahora y para siempre. El maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de Dios. Pero desde que Dios mismo tiene un corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra. Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras de Jesús: “Padeceréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza, yo he vencido al mundo (San Juan 16,33). El mensaje de Fátima nos invita a confiar en esta promesa” (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, p. 233).
La Virgen empezó a desvelarnos todos estos misterios a comienzos del siglo XX. Todo se ha ido cumpliendo a la letra. Según se recogía en el texto de la tercera parte del Secreto, si los hombres no abandonaban el mal camino, el papa moriría en un ataque violento y se desencadenaría una guerra nuclear devastadora: pero no ocurrió así y si Dios quiere y nosotros lo pedimos con fe, ya no ocurrirá (Memorias de la Hermana Lucía I, 14ª Edición, pp. 228-233). Viendo cómo la Virgen de Fátima cumple siempre sus promesas y es capaz de evitar lo peor (si así se lo pedimos sus hijos) podemos pensar que, adelantar esos tiempos de paz está en nuestras manos. Mejor dicho: en las manos de la Virgen, pero Ella está siempre a nuestro lado. No hay que temer.
Fátima es, para quien así lo sepa ver, el Evangelio contemplado y vivido en nuestros días. Y una invitación a tomar parte activa en el curso de la historia, en estos momentos apasionantes. Las palabras de Jesús que acabamos de citar “Tened confianza, yo he vencido al mundo” (San Juan 16, 33), encuentran en nuestros días un eco en las de su Madre, la Virgen de Fátima: “No te desanimes. Yo nunca te abandonaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.
Así sea.
Ateneo de Sevilla, 20 de septiembre de 2019