Escritor y humanista sevillano
, José María Izquierdo y Martínez (1886- 1922), nació el 19 de agosto de 1886 en la casa número 59 de la calle Castellar, la misma calle en la que había nacido a finales del siglo XVI el poeta Francisco de Rioja. Cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla, en la que llegó a ser Profesor de Derecho Canónico. Pasó su corta vida muy entregado a la investigación jurídica, la creación literaria, la labor periodística y la participación en la vida cultural de Sevilla, a la que prestó notable impulso desde el Ateneo de la ciudad, institución a la que se dedicó con especial intensidad. Su labor intelectual estuvo vinculada a la mentalidad regeneracionista de principios del siglo XX y al andalucismo cultural desarrollado en la Sevilla de la época en torno a las revistas Bética y La Exposición, en un momento de eclosión de los ideales regionalistas. En 1910 publicó su estudio sobre El Pragmatismo y en 1914 El Derecho en el Teatro, dos monografías que reflejaban su doble vocación por las cuestiones jurídicas y literarias. Fue también autor de un texto titulado Por la parábola de la vida, «producción ingeniosa-escribe Méndez Bejarano- donde lucen la originalidad y el serio impresionismo que caracterizan su personalidad literaria», y de una Divagación dantesca enviada por el autor desde Roma y leída en el Ateneo sevillano por el escritor José Andrés Vázquez. Pero su obra más conocida y valiosa fue, sin duda, Divagando por la ciudad de la Gracia, que publicó en la imprenta sevillana de Joaquín L. Arévalo en 1914. Conocido en Sevilla bajo el seudónimo literario de «Jacinto Ilusión», Izquierdo fue hombre de amplios y variados saberes culturales, muy entregado al estudio y muy señalado en los ambientes de la ciudad por su personalidad ensimismada y soñadora, por su melancólica tristeza, por el aire silente y enigmático de su talante y por su declarado amor por Sevilla, a la que, al decir de todos, entregó lo mejor de sí mismo. Fue sin duda uno de esos sevillanos finos, de profunda vida interior y escasa locuacidad. en la línea de Bécquer, de Cernuda, de Romero Murube, que nada tienen que ver con el falso estereotipo folklorista. Murió prematuramente en 1922, a la temprana edad de 36 años, dejando tras de sí un aura de misterio y un sentimiento de pérdida que contribuyeron poderosamente a su inmediata mitificación.
En efecto, a pesar de su cercanía cronológica, hoy no resulta fácil deslindar lo que hay de realidad de lo que hay de mito en la figura de José María Izquierdo, convertido ya en uno de esos personajes de Sevilla a medio camino entre la historia y la leyenda. Puede decirse que, como en el caso de otros escritores y artistas, su persona se superpone a su misma obra, la desborda y la enmascara. En la fragua de ese perfil han tenido mucho que ver, sin duda, las semblanzas que de él nos han dejado algunos notables escritores de su tiempo, atraídos más por su fuerte personalidad que por su misma obra literaria. Juan Ramón Jiménez detectó en su figura un aura de hondas raíces ancestrales, un atractivo entre angelical y humano que emanaba de su silueta : «Tenía José María, pendiente así de lo alto infinito, algo de ángel anunciador, de estrella anunciadora, extraño signo sobr4enatural, maná congregado en forma de hombre por una mano débil de madre andaluza […] . La sonrisa de su fina boca grande, su navaja, era luz indudable ; luz, su mirada ancha, paralela a su sonrisa, del tamaño de su frente; luz, el desnudo pensamiento, estrella de su mente buena ; luz, toda su inmaterial, su sal delgada, su ángel triste» (Españoles de tres mundos). Luis Cernuda subrayó su superioridad intelectual y espiritual por encima del ambiente cultural de la Sevilla de su tiempo : » Pequeño, moreno, vestido de negro, con ojos interrogativos y melancólicos, la cara alargada por unas oscuras patillas de chispero. Siempre en la biblioteca del Ateneo, escribiendo los artículos diarios en que tiraba a la calle su talento, cuando no iba con su paso escurridizo atravesando el patio matinal de la universidad o camino del río en su cotidiano paseo vespertino […] . Su amor por la poesía, por la música, ¿cómo podía conllevar aquellas gentes que le rodeaban? Con menos talento y cultura, con inferiores cualidades espirituales, otros le han oscurecido ante el público español. ¿Por qué se obstinó alicortado en su rincón provinciano, pendón de bandería regional para unos cuantos compadres que no podían comprenderle? (Ocnos). Y Joaquín Romero Murube lo recuerda con su aire misterioso de amante de su ciudad : » Vemos aún a Izquierdo, fino, enlutado, con su cara de cristo moreno y las patilletas largas que le imprimían al rostro un perfil de vieja estampa andaluza. Siempre pensativo y solitario. Estaba en todas partes, aunque no se le veía entrar en ninguna : en la Universidad, en la calle, en la Biblioteca, por la orilla del río. Iba siempre rápido y pesaroso, como algo que le esperase misteriosamente. No hablaba : cuando tenía que decir algo hacía un esfuerzo supremo que, en algunas ocasiones, llegaba a descomponer sus facciones. Era que todo el alma se le venía a los labios y su voz no era su voz, ni sus palabras eran palabras ; entre temblores y silencios, se veía fluir la idea, el concepto, la gracia, por sus labios grandes de novio de Sevilla» (José María Izquierdo y Sevilla).
La variada y sostenida labor intelectual de Izquierdo cristalizó sobre todo en la interpretación literaria de Sevilla expuesta en su famoso libro, más citado que realmente leído, Divagando por la ciudad de la Gracia. Interpretación que tenía su encaje en las «teorías» sobre ciudades y regiones formuladas por algunos de los grandes escritores del 98 y de la generación de 1914 ( Ganivet, Maragall, D´Ors, Ortega…) y que en cierto modo inauguró una saga de visiones literarias de Sevilla que vinieron después : las Estampas sevillanas de Manuel Machado, La ciudad de Manuel Chaves Nogales, Sevilla y el andalucismo de José María Salaverría, Sevilla del buen recuerdo de Rafael Laffón, Sevilla en los labios de Joaquín Romero Murube, y otros muchos.
El libro de Izquierdo es, como el título subraya, una «divagación», es decir un conjunto de reflexiones escritas como a vuela pluma, sin ningún propósito de solemnidad ; la obra – dijo él mismo- de un contemplativo con una visión » mística y fatalista» de la vida. La «divagación» se había convertido en la época en un auténtico género literario, a medio camino entre el ensayo y el estilo periodístico. Fiel a ese esquema, Divagando… no es un libro unitario. Presenta, por el contrario, una estructura abierta, miscelánea e irregular, pues su origen está en los artículos que su autor fue escribiendo a lo largo de varios años en la prensa sevillana, agrupados ahora bajo muy diferentes epígrafes. Es también, sin duda, un texto de estilo desigual, con notables aciertos líricos y a la vez con reflexiones críticas, estéticas y morales que en ocasiones se escoran hacia la ostentación cultural y científica, la prolijidad y el retoricismo. Sus «divagaciones» están centradas en un concepto de la ciudad – en este caso Sevilla- como la más alta expresión de la convivencia humana ,la «polis» clásica. Pero no se trata de una visión autocomplaciente o narcisista. A la pasión por su ciudad – esencializada en el concepto de la «Gracia» como cualidad distintiva- une una voluntad regeneracionista y crítica, de auténtica apuesta por la modernidad y el progreso, compatible con la fidelidad al arquetipo urbano que Izquierdo guarda en su corazón; arquetipo orientado hacia el clasicismo, hacia el helenismo y la romanidad de Sevilla. A ello hay que añadir un hábil manejo de la ironía y del humor, un sentido autocrítico que revela muy bien el rico acervo cultural del autor. En conjunto, el libro supone una valiosa propuesta intelectual de corte moderno, a medio camino entre el lirismo y la reflexión crítica, sobre la función que debe cumplir a comienzos del siglo XX una ciudad con la riqueza histórico-cultural y la alta significación estética de Sevilla.
Es muy posible, sin embargo, que a la mayoría de los sevillanos el nombre de José María Izquierdo les suene más por sus actividades ateneístas y de modo especial por su destacado papel en la creación y organización de la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla, que llevó a cabo junto a otros conocidosa personajes de la Sevilla de la época, como el periodista José Andrés Vázquez y los ateneístas Javier y Alfonso Lasso de la Vega, Rodríguez Jaldón,L. Moliní, Modesto Cañal, Luis Izquierdo, Sánchez Cid, G. Bacarissas, A. Grosso, Santiago Martínez, Juan Lafita, Eloy Elorza y V. Llorens. En efecto, Izquierdo estuvo desde sus años juveniles muy vinculado al Ateneo, en cuya biblioteca, como nos recuerda Cernuda, solía escribir sus artículos para la prensa sevillana. En 1918, cuando se organiza la primera Cabalgata, él era Vicepresidente de la Casa, y a él se debe en buena medida la idea, el entusiasmo y el esfuerzo por sacar a la calle el desfile real, que en su primera edición – en la que Izquierdo representó al rey Gaspar- no pasó de ser , como subraya M. Cruz Giráldez, » un modesto cortejo de los Magos montados a caballo y algunos otros jinetes e infantes con sus séquitos, con la añadidura de unos cuantos borriquillos que portaban en sus angarillas los juguetes y dulces que se repartirían a los niños desvalidos o enfermos acogidos en los diversos asilos, hospitales y orfelinatos». (La Cabalgata de Reyes Magos del Ateneo de Sevilla). Al paso de los años, la Cabalgata sevillano ha ido adquiriendo un esplendor y una proyección social impensable en aquellos primeros momentos. Y la figura de José María Izquierdo como «creador» de la misma ha ido acrecentando su significación mítica tal vez en injusto detrimento del papel que también correspondió a los restantes ateneístas que junto a él se comprometieron en el proyecto. Sin duda la ilusión que puso en el empeño y sobre todo la proyección social y literaria de sus ideas y su muerte casi inmediata, cuando la Cabalgata estaba en sus comienzos, contribuyeron a personalizar en él la autoría del acontecimiento y a realzar su figura, que ha quedado en la historia de Sevilla como paradigma del amor por la ciudad y como artífice máximo de este gran cortejo de la víspera de Reyes. La fama suele ser generosa con los que mueren jóvenes.
Rogelio Reyes Cano
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